El abrigo rosado
(Por Roselyn Edwards)
UN DIA, Margarita vio que la madre traía del altillo una caja. -¿Qué hay en esa caja? -preguntó Margarita. -Ropas -respondió la mamá-. Son ropas que guardamos en la primavera. Ahora queremos ver qué es lo que todavía podemos usar para saber qué debemos comprar para el invierno. -¿Puedo ayudarte? -Sí -dijo la mamá-. La verdad es que tendrás que probarte un montón de cosas. Has crecido tan rápido que tú serás la que necesitarás cosas nuevas. En la caja había ropas de las cuales Margarita se había olvidado. Sus suéteres y faldas, sus pantalones de abrigo y medias de lana. En eso la mamá sacó de la caja el abrigo rosado de Margarita. Casi lo había olvidado durante el verano, pero de todas las cosas que alguna vez Margarita había usado, lo que más le había gustado era ese abrigo rosado. Era abrigado y calentito, y tenía un forro bien peludito. Aun cuando no lo necesitaba, a Margarita le gustaba usarlo porque era tan suavecito. El papá y la mamá a menudo se reían porque Margarita quería usar el abrigo aun dentro de la casa. A veces lo usaba tanto que se ensuciaba y se ponía muy deslucido. Y cuando la mamá lo lavaba, la niña lo extrañaba mucho. Y ahora recordó cuánto lo había extrañado cuando, al llegar la primavera, la mamá lo guardó en el altillo. Todos esos recuerdos acudían a su memoria cuando vio que la mamá lo sacaba de la caja, limpio y esponjoso. - ¡Mi abrigo rosado! -exclamó-. ¡Mi querido abrigo rosado! -Me parece que este abrigo será una de las cosas que no podrás volver a usar -le advirtió la mamá-. Cuando terminó el invierno pasado ya te quedaba tan chico, que casi no podías usarlo. Margarita se lo puso, pero la mamá tenía razón. El abrigo era demasiado pequeño para ella. Las mangas le llegaban a la mitad del antebrazo. Le quedaba demasiado chico. -Tendremos que comprarte un abrigo nuevo --dijo la mamá. -Yo no quiero uno nuevo -respondió Margarita-. Yo quiero mi abrigo rosado. Y salió del cuarto llevando su abrigo en los brazos. Era como si se hubiera encontrado con un viejo amigo. -Tal vez mi muñeca grande puede usar el abrigo -pensó Margarita. Se lo probó, pero no le quedaba bien. Era tan grande para la muñeca como era chico para ella. Sólo le servía ahora para llevarlo de un lado a otro. Un día, la señora Aguilar llegó para ver a la mamá. Venia con ella su hijita Dora. Dora era casi dos años menor que Margarita, pero gozaban mucho jugando juntas. En seguida comenzaron a jugar con las muñecas. Margarita oyó que su mamá le decía a la Sra. Aguilar: -Margarita ha crecido tanto que prácticamente tendré que comprarle toda la ropa para el invierno.
-Yo tendría que hacer lo mismo para Dora --añadió la Sra. Aguilar-, pero ahora no podemos. Me parece que tendrá que arreglarse con lo que tiene. -¿Le gustaría llevar lo que le ha quedado chico a Margarita? -preguntó la mamá-. Alguien podría usar esas ropas, y me parece que Dora tiene ahora el tamaño que Margarita tenía el año pasado. Y la mamá le pasó la caja a la Sra. Aguilar con todas las ropas que le quedaban chicas a Margarita, excepto el abrigo rosado. La Sra. Aguilar y Dora se sintieron muy felices de recibir las ropas. Y la verdad es que la niña comenzó en seguida a probarse algunas. Finalmente se pusieron de pie para irse. La madre les alcanzó los abrigos que habían colgado, y Margarita vio que la chaqueta de Dora le quedaba muy chica. Entonces se le ocurrió algo. Su abrigo rosado le quedaría bien a Dora. Pero ella no quería darlo. Si no podía usarlo, lo guardaría para jugar. Pero cuando notó cuán cortas le quedaban las mangas de la chaqueta a Dora, se quedó pensando. La Sra. Aguilar ya tenía la mano en el picaporte. En un momento se irían, y el abrigo rosado estaría a salvo. Pero Margarita no se sentía feliz. Le pareció que era egoísta. Finalmente la Sra. Aguilar y Dora salieron, y la mamá estaba en la puerta conversando todavía con su amiga. De pronto Margarita hizo una decisión. -¡Espere un minuto! ¡no se vaya! -le dijo Margarita a la Sra. Aguilar-. Quiero traer algo para Dora. Corrió entonces a su cuarto y volvió con el abrigo rosado. -Este ya me queda chico -le dijo a la Sra.. Aguilar-. Yo sé que le quedará bien a Dora. Dora lo tomó. Al apretar el abrigo suave contra su pecho, sonrió muy feliz. La mamá apretó la mano de Margarita mientras entraban en la casa. -Estoy orgullosa de ti -dijo la mamá. Y Margarita, por su parte, se sentía muy feliz de haber hecho la decisión de desprenderse de su abrigo rosado.
-Yo tendría que hacer lo mismo para Dora --añadió la Sra. Aguilar-, pero ahora no podemos. Me parece que tendrá que arreglarse con lo que tiene. -¿Le gustaría llevar lo que le ha quedado chico a Margarita? -preguntó la mamá-. Alguien podría usar esas ropas, y me parece que Dora tiene ahora el tamaño que Margarita tenía el año pasado. Y la mamá le pasó la caja a la Sra. Aguilar con todas las ropas que le quedaban chicas a Margarita, excepto el abrigo rosado. La Sra. Aguilar y Dora se sintieron muy felices de recibir las ropas. Y la verdad es que la niña comenzó en seguida a probarse algunas. Finalmente se pusieron de pie para irse. La madre les alcanzó los abrigos que habían colgado, y Margarita vio que la chaqueta de Dora le quedaba muy chica. Entonces se le ocurrió algo. Su abrigo rosado le quedaría bien a Dora. Pero ella no quería darlo. Si no podía usarlo, lo guardaría para jugar. Pero cuando notó cuán cortas le quedaban las mangas de la chaqueta a Dora, se quedó pensando. La Sra. Aguilar ya tenía la mano en el picaporte. En un momento se irían, y el abrigo rosado estaría a salvo. Pero Margarita no se sentía feliz. Le pareció que era egoísta. Finalmente la Sra. Aguilar y Dora salieron, y la mamá estaba en la puerta conversando todavía con su amiga. De pronto Margarita hizo una decisión. -¡Espere un minuto! ¡no se vaya! -le dijo Margarita a la Sra. Aguilar-. Quiero traer algo para Dora. Corrió entonces a su cuarto y volvió con el abrigo rosado. -Este ya me queda chico -le dijo a la Sra.. Aguilar-. Yo sé que le quedará bien a Dora. Dora lo tomó. Al apretar el abrigo suave contra su pecho, sonrió muy feliz. La mamá apretó la mano de Margarita mientras entraban en la casa. -Estoy orgullosa de ti -dijo la mamá. Y Margarita, por su parte, se sentía muy feliz de haber hecho la decisión de desprenderse de su abrigo rosado.